domingo, 21 de octubre de 2007

VESTUARIO , PESTIBUNDO


Las palabras son cortesía de todo un filósofo de las tortillas de patata, de la zurda del deseo, con el 11 Galisteo.




Estaba perdido. Realmente no sabía de qué coño iba la obra de teatro que tenía ante él. La sala estaba llena, la gente miraba entretenida la modesta función y él se limitaba a observar de reojo a un apuntador que, escondido tras el telón le recordaba qué tenia que decir.

Era una obra contemporánea y en principio con un buen reparto, pero todavía no tenia ni la más remota idea de por qué estaba sobre la tarima, le habían subido casi sin darse cuenta.

Salió del VESTUARIO con un fajo de papeles en los que se perdían mares de tinta que no había sido capaz de memorizar, no le había dado tiempo. Bueno, o que realmente no quería memorizar.

Lo leyó un par de veces por encima, de reojo, y mas o menos la historia trataba de un muchacho al que todo le iba a venir contracorriente y para conseguir lo que deseaba tendría que pasarlas putas; pero aun así no lo conseguiría y la realidad mantendría un pulso en su contra.

El primer cuarto de hora de función lo clavó, pero poco a poco notaba cómo olvidaba su papel en esa obra.

Y le daba igual.

La historia decía que iba a tener que perder, que de la historia se aprende, que los momentos se repetirían pero las personas que intervendrían tendrían otras caras, otros nombres y los mismos ojos. Ojos que le miraría complicemente pero luego le confundirían. Que todo lo que hiciese daría igual, que ese era el guión, que eso habría de pasar.

Pero ante la atenta mirada de una sala abarrotada de gente que miraba, observaba, intuía y sospechaba decidió inventarse el resto, pasar de frases bonitas y dejar fluir otra historia diferente.

Había perdido la noción del tiempo, no sabía si la función duraría una hora, dos o treinta, pero le daba igual; lanzó una mirada de desdén al apuntador y decidió improvisar. Fabricaría otra historia, otra obra teatral, o por lo menos intentaría darle un buen palo al guionista, demostrarle que también su personaje sabía ganar, demostrarle que su personaje también sabía pelear.

Lo malo de improvisar es que puede ser la función más entretenida, bonita y aplaudida que se recuerde, o el más PESTIBUNDO de los crímenes cometidos contra el teatro y lo que representaba. Pero de perdidos al río.

Porque el que quería peces tenía que mojarse el culo y pensaba mojárselo, si se resfriaba lo pasaría mal, sin duda, pero algún remedio encontraría debajo de la almohada y si no alguno de sus compañeros de escena, como quien no quiere la cosa, le tiraría un capote y con una tenue luz que lo dejaría todo en penumbra, el guión seguiría su corriente original...así por lo menos, el guionista estaría contento.

Es lo que tiene el directo...

Al descanso alzó la voz entre los presentes y juró devolver el importe de la entrada si la obra les había defraudado.

Pero ya iba tocando arrancar una ovación.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

pues como se dice en estos casos...mucha mierda!

Anónimo dijo...

mucha mucha !!!